Si haz puesto un altar a tus seres queridos que ya partieron, sabes que no pueden faltar las flores...
En la bella tradición de nuestro pueblo indígena se llevan las comidas y la bebidas que tanto disfrutaron en vida. Lo que hay en los altares son las pequeñas cosas que alegraban su día a día.
Piénsalo: tu felicidad cotidiana está compuesta de placeres sencillos, como el olor a café que te encanta, el postre que se te antoja, el abrazo de quien amas o la música que te anima. Cada uno de esos pequeños detalles es la forma más clara que tienes de habitar el presente, porque cuando los disfrutas realmente estás en el aquí y el ahora. La taza de café se acaba, la canción tiene una duración limitada, el abrazo se suspende. Todo es impermanente, y precisamente esa fugacidad es lo que enseña a tus sentidos a apreciar lo sencillo... lo simple.
El Dalái Lama dice que entender la muerte como si fuera un cambio de ropa ayuda a vivir mejor. Es inevitable: el fin de la existencia terrenal llegará. No puedes saber cómo ni cuándo, pero lo que sí tienes, siempre, es el poder de aprovechar cada respiro. Esa es la mejor manera de homenajear el proceso impermanente del cual formas parte.
Festejar la vida y la muerte empieza en la gratitud por cada instante, en la comprensión de que hay buenos tiempos y momentos difíciles.
Pregúntate qué te gustaría que pusieran en tu altar cuando ya no estés, visualiza las actividades que te causan emociones positivas y asegúrate de tener tiempo para ellas, depúrate de lo tóxico o lo que no necesitas.
No todo en este plano son responsabilidades y horarios; celebrar tu existencia es honrar el ciclo de vida y muerte.
